Reproducción Las pelotas reproductoras
Según muestran los escasos estudios de campo realizados hasta la fecha, cuando una hembra anaconda está disponible sexualmente emite una feromona olfativa que es detectada por los machos de la zona hasta una distancia de 5,5 km. Estas serpientes, atraídos por el irresistible olor de la hembra y utilizando sus lenguas bífidas como antenas sexuales, los machos acuden y se apelotonan en torno a ella formando un grupo de apareamiento que el biólogo Jesús Rivas y su esposa Renée Owens denominan una “pelota reproductora”. La cohesión de estos extraños grupos puede perdurar hasta cinco semanas y se supone que la fuerza que los mantiene unidos es el poder ineludible de la feromona.
Pese a su apariencia estática, las pelotas reproductoras son en realidad partidos de lucha a cámara lenta en los que los machos intentan introducirse por la fuerza, retorciéndose sin tregua, para poder aparearse con la única hembra. La existencia de estas pelotas plantea numerosas cuestiones, como por ejemplo si la hembra es fecundada por un solo macho o por varios; si el que mejor la estimula es el ejemplar de mayor tamaño o el primero en llegar junto a ella; o qué hacen exactamente las serpientes en estas pelotas durante tanto tiempo.
Apareamiento y cría
Antes de un apareamiento que puede durar varias horas, el macho de la anaconda consigue introducirse rasca a la hembra con sus dos espolones para predisponerla sexualmente. Finalizada la cópula, el macho deposita una protección en la cloaca de la hembra, pero Jesús Rivas cree que sus rivales son capaces de sortearlo para depositar su propio esperma. Una vez fecundada, la hembra, que ha procurado llegar al apareamiento con la panza llena, no ingerirá alimento alguno durante los siete meses de gestación.
Estas serpientes son vivíparas como los demás boidos, las hembras de anaconda verde pueden parir hasta más de 70 crías aunque por lo general este número oscila en torno a las 40, lo que equivale a la tercera parte de su peso corporal; si la progenie es más numerosa, el peso de la anaconda después del parto puede reducirse hasta casi la mitad. Contrariamente a los ovíparos pitones y al igual que los demás boidos, las anacondas no cuidan a sus crías y éstas, que miden entre 60 y 80 cm de longitud y poco más de 3 cm de diámetro al nacer, tienen que defenderse por sí mismas. Presa fácil de depredadores tales como ocelotes, caimanes y otros animales de menor porte, las jóvenes anacondas sufren una gran mortalidad durante su primer año de vida.
Pero la vida adulta de la anaconda también tiene sus peligros. Aunque las anacondas verdes son los depredadores más formidables en las escasas 20 hectáreas que constituyen su área de deambulación, capturar e ingerir un caimán de más de 2 m o un capibara de afiladas uñas no siempre es un asunto fácil. Muchas anacondas adultas muestran cicatrices causadas por estas breves aunque feroces luchas y hasta con que alguna de estas herida se infecte, o que la lesión infligida sea grave, para que la reina de las aguas quede expuesta al acoso de los otros depredadores de su entorno.
Según muestran los escasos estudios de campo realizados hasta la fecha, cuando una hembra anaconda está disponible sexualmente emite una feromona olfativa que es detectada por los machos de la zona hasta una distancia de 5,5 km. Estas serpientes, atraídos por el irresistible olor de la hembra y utilizando sus lenguas bífidas como antenas sexuales, los machos acuden y se apelotonan en torno a ella formando un grupo de apareamiento que el biólogo Jesús Rivas y su esposa Renée Owens denominan una “pelota reproductora”. La cohesión de estos extraños grupos puede perdurar hasta cinco semanas y se supone que la fuerza que los mantiene unidos es el poder ineludible de la feromona.
Pese a su apariencia estática, las pelotas reproductoras son en realidad partidos de lucha a cámara lenta en los que los machos intentan introducirse por la fuerza, retorciéndose sin tregua, para poder aparearse con la única hembra. La existencia de estas pelotas plantea numerosas cuestiones, como por ejemplo si la hembra es fecundada por un solo macho o por varios; si el que mejor la estimula es el ejemplar de mayor tamaño o el primero en llegar junto a ella; o qué hacen exactamente las serpientes en estas pelotas durante tanto tiempo.
Apareamiento y cría
Antes de un apareamiento que puede durar varias horas, el macho de la anaconda consigue introducirse rasca a la hembra con sus dos espolones para predisponerla sexualmente. Finalizada la cópula, el macho deposita una protección en la cloaca de la hembra, pero Jesús Rivas cree que sus rivales son capaces de sortearlo para depositar su propio esperma. Una vez fecundada, la hembra, que ha procurado llegar al apareamiento con la panza llena, no ingerirá alimento alguno durante los siete meses de gestación.
Estas serpientes son vivíparas como los demás boidos, las hembras de anaconda verde pueden parir hasta más de 70 crías aunque por lo general este número oscila en torno a las 40, lo que equivale a la tercera parte de su peso corporal; si la progenie es más numerosa, el peso de la anaconda después del parto puede reducirse hasta casi la mitad. Contrariamente a los ovíparos pitones y al igual que los demás boidos, las anacondas no cuidan a sus crías y éstas, que miden entre 60 y 80 cm de longitud y poco más de 3 cm de diámetro al nacer, tienen que defenderse por sí mismas. Presa fácil de depredadores tales como ocelotes, caimanes y otros animales de menor porte, las jóvenes anacondas sufren una gran mortalidad durante su primer año de vida.
Pero la vida adulta de la anaconda también tiene sus peligros. Aunque las anacondas verdes son los depredadores más formidables en las escasas 20 hectáreas que constituyen su área de deambulación, capturar e ingerir un caimán de más de 2 m o un capibara de afiladas uñas no siempre es un asunto fácil. Muchas anacondas adultas muestran cicatrices causadas por estas breves aunque feroces luchas y hasta con que alguna de estas herida se infecte, o que la lesión infligida sea grave, para que la reina de las aguas quede expuesta al acoso de los otros depredadores de su entorno.